Discurso de Gabriela Mistral ante la Academia Sueca al recibir el Premio Nobel de Literatura, el 12 de diciembre de 1945
Tengo la honra de
saludar a sus Altezas Reales los Príncipes Herederos, a los Honorables Miembros
del Cuerpo Diplomático, a los componentes de la Academia Sueca y a la Fundación
Nóbel, a las eminentes personalidades del Gobierno y de la Sociedad aquí
presentes:
Hoy Suecia se
vuelve hacia la lejana América ibera para honrarla en uno de los muchos
trabajos de su cultura. El espíritu universalista de Alfredo Nóbel estaría
contento de incluir en el radio de su obra protectora de la vida cultural al
hemisferio sur del Continente Americano tan poco y tan mal conocido.
Hija de la
Democracia chilena, me conmueve tener delante de mí a uno de los representantes
de la tradición democrática de Suecia, cuya originalidad consiste en
rejuvenecerse constantemente por las creaciones sociales valerosas. La
operación admirable de expurgar una tradición de materiales muertos
conservándole íntegro el núcleo de las viejas virtudes, la aceptación del
presente y la anticipación del futuro que se llama Suecia, son una honra
europea y significan para el continente Americano un ejemplo magistral.
Hija de un pueblo
nuevo, saludo a Suecia en sus pioneros espirituales por quienes fue ayudada más
de una vez. Hago memoria de sus hombres de ciencia, enriquecedores del cuerpo y
del alma nacionales. Recuerdo la legión de profesores y maestros que muestran
al extranjero sus escuelas sencillamente ejemplares y miro con leal amor hacia
los otros miembros del pueblo sueco: campesinos, artesanos y obreros.
Por una venturanza
que me sobrepasa, soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y
la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa. Ambas se alegran
de haber sido invitadas al convivio de la vida nórdica, toda ella asistida por
su folklore y su poesía milenarias.
Dios guarde intacta
a la Nación ejemplar su herencia y sus creaciones, su hazaña de conservar los
imponderables del pasado y de cruzar el presente con la confianza de las razas
marítimas, vencedoras de todo.
Mi Patria,
representada aquí por nuestro culto Ministro Gajardo, respeta y ama a Suecia y
yo he sido invitada aquí con el fin de agradecer la gracia especial que le ha
sido dispensada. Chile guardará la generosidad vuestra entre sus memorias más
puras.
Palabras del nieto recuperado N° 77 por las Abuelas de
Plaza de Mayo – Juan Cabandié, en el acto del 24 de Marzo de 2004
Acá hubo personas que se creyeron impunes, jugando conmigo
y sacándome la identidad.
Tuve mucho tiempo de búsqueda, y hace dos años, sin tener
elementos fuertes, le puse nombre a lo que buscaba. “Soy hijo de
desaparecidos”, dije.
Encontré la verdad dos meses atrás cuando el análisis de
ADN confirmó que soy hijo de Alicia y Damián.
Ahora soy Juan Cabandie-Alfonsín. Son mis padres, Damián y
Alicia.
Mi madre estuvo en este lugar detenida, y yo nací aquí
dentro, pero el plan siniestro de la dictadura no pudo borrar el registro de la
memoria que transitaba por mis venas y me fue acercando a la verdad.
Bastaron los 15 días que mi mamá me amamantó y nombró, para
que yo le diga a mis amigos, antes de saber quién era mi familia, que me quería
llamar Juan, como me llamó mi Mamá durante el cautiverio en la ESMA. En algún
lugar estaba guardado…
Mi madre aquí dentro me abrazaba y nombraba, así dicen los
relatos de las compañeras que hoy pueden contarlo.
Fui su primer y único hijo, y tanto a ella como a mí, nos
hubiese gustado estar juntos.
Pero lamentablemente unas manos impunes me agarraron y me
sacaron de sus brazos.
Hoy estoy acá, 26 años después para
preguntarles a los responsables de esa barbarie, si se animan a mirarme cara a
cara y a los ojos, y decirme donde están mis padres. Estamos esperando la
respuesta que el punto final quiso tapar.
Este es el principio de la verdad, gracias a una acertada
decisión política, pero no basta si no se llega hasta lo más profundo. La
verdad es libertad, y como queremos ser íntegramente libres, necesitamos saber
la verdad total.
Gracias a mi familia que me buscó incansablemente.
Gracias a las abuelas y la lucha por la verdad.
Gracias a los que fueron sensibles por esta lucha, y me
ayudaron a recobrar mi identidad.
Gracias a los que apostaron a la vida en un contexto de
tanta muerte. Y por sus relatos y ayuda estoy acá parado.
Gracias a los que piensan y luchan por una sociedad más
justa.
Gracias a los que apuestan por la verdad y la justicia.
Por los 400 chicos que aún faltan recuperar.
Por los casi 10 chicos que nacieron en la ESMA, y aún no lo
saben.
Por los que están dudando y sufren.
Que nunca más suceda lo que hicieron en este lugar.
No le podemos poner palabra al dolor que sentimos por los
que no están.
Que Nunca más
suceda esto. Nunca Más.
Nací
en Choele-Choel, que quiere decir "corazón de palo". Me ha sido
reprochado por varias mujeres.
Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser
aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo
que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más
espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más
burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.
Mi padre era mayordomo de estancia, un transculturado al que los peones
mestizos de Río Negro llamaban Huelche. Tuvo tercer grado, pero sabía bolear
avestruces y dejar el molde en la cancha de bochas. Su coraje físico sigue
pareciéndome casi mitológico. Hablaba con los caballos. Uno lo mató, en 1947, y
otro nos dejó como única herencia. Este se llamaba "Mar Negro", y
marcaba dieciséis segundos en los trescientos: mucho caballo para ese campo.
Pero esta ya era zona de la desgracia, provincia de Buenos Aires.
Tengo una hermana monja y dos hijas laicas.
Mi madre vivió en medio de cosas que no amaba: el campo, la pobreza. En
su implacable resistencia resultó más valerosa, y durable, que mi padre. El
mayor disgusto que le causo es no haber terminado mi profesorado en letras.
Mis primeros esfuerzos literarios fueron satíricos, cuartetas alusivas a
maestros y celadores de sexto grado. Cuando a los diecisiete años dejé el
Nacional y entré en una oficina, la inspiración seguía viva, pero había
perfeccionado el método: ahora armaba sigilosos acrósticos.
La idea más perturbadora de mi adolescencia fue ese chiste idiota de
Rilke: Si usted piensa que puede vivir sin escribir, no debe escribir. Mi
noviazgo con una muchacha que escribía incomparablemente mejor que yo me redujo
a silencio durante cinco años. Mi primer libro fueron tres novelas cortas en el
género policial, del que hoy abomino. Lo hice en un mes, sin pensar en la
literatura, aunque sí en la diversión y el dinero. Me callé durante cuatro años
más, porque no me consideraba a la altura de nadie. Operación masacre cambió mi
vida. Haciéndola, comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía
un amenazante mundo exterior. Me fui a Cuba, asistí al nacimiento de un orden
nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso. Volví, completé un
nuevo silencio de seis años.
En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio
de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación
mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber
sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para
cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces.
En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota
generosa de tiempo. Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero
nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la
respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir
instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura
es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.
*criptógrafo:
que descifra mensajes codificados
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