sábado, 21 de octubre de 2017

Lecturas literarias

Alumnos: estos son los cuentos que deben leer para la semana del 30 al 4/11

LAS MEMORIAS DE SHERLOCK HOLMES
  POR SIR ARTHUR CONAN DOYLE

Durante mi largo y profundo conocimiento del señor Sherlock Holmes nunca le había oído hablar de sus familiares y casi nunca de sus primeros años. Llegue a creer que era huérfano, al que no le quedaba ningún pariente vivo; pero un día, para mi sorpresa, empezó a hablarme de su hermano.
El tema que discutíamos era hasta qué punto un don determinado en una persona se debe a la herencia o a su primer aprendizaje.
-En su caso -dije yo-, por todo lo que usted me ha dicho parece obvio que su facultad para la observación y su peculiar facilidad para la deducción se debe en a su propio aprendizaje sistemático.
-Hasta cierto punto -contesto pensativo-. Mis antepasados pertenecían a la aristocracia del campo y parecen haber tenido un modo de vida similar al que es normal entre la gente de esa clase. Sin embargo, el que yo haya salido así es algo que llevo en las venas y puede que proceda de mi abuela, que era hermana de Verner. el artista francés. Cuando el arte corre por las venas de alguien, puede tomar las formas más extrañas.
-~¿Pero como sabe que es hereditario?
-Porque mi hermano Mycroft lo posee y en un grado más alto que yo.
Esto era realmente nuevo para mi. Si había en Inglaterra otro hombre con semejantes poderes, ~como podía ser que ni la policía ni el público en general hubieran oído hablar de él?
-Se preguntara -dijo mi arnigo - por que Myeroft no usa sus facultades para trabajar de detective. Es incapaz. -¡Pero si pensé que usted había dicho ... !
-Dije que era superior a mi en observación y deducción. Si el arte del detective empezara y terminara en el razonamiento desde el sillón, mi hermano seria el mejor agente que haya existido nunca. Pero no tiene ambiciones ni energía. No se movería para verificar sus propias soluciones y preferiría que pensaran que estaba en un error a tomarse la molestia de demostrar que tenia razón. Una y otra vez le he planteado problemas, obteniendo siempre una explicación que más tarde se demostraría que era la acertada. Y, sin embargo, fue absolutamente incapaz de resolver la practica a la que tiene uno que dedicarse antes de poder exponer el caso ante un juez o jurado.
-~¿No es su profesión, pues?
-En absoluto. Lo que para mi es un medio de vida no es para el sino el simple hobby de un diletante1• Tiene una extraordinaria facilidad para los números y trabaja revisando la contabilidad de cierto departamento gubernamental.
Holmes me hizo pasar a una pequeña habitación que daba al Pall Mall y, luego de dejarme solo un momento, volvió con una persona a la que enseguida identifique como su hermano. Mycroft era mucho mas alto y robusto que Sher­lock. Su cuerpo era muy voluminoso, pero su cara, aunque maciza, seguía conservando algo de agudeza que es tan característica en la de su hermano. Sus ojos, de un gris claro acuoso, parecían no perder nunca esa mirada lejana e introspectiva que yo había observado en los de Sherlock cuando ejercía a fondo sus facultades.
-Encantado de conocerlo -dijo, alargando hacia mi su ancha y suave mano, parecía una aleta de foca-. Desde que usted es un cronista, oigo hablar de Sherlock por todas partes. A propósito, Sherlock, esperaba que hubieras venido por aquí 1a semana pasada a consultarme sobre el caso de Manor House. Pensé que debías de andar un poco perdido.
-No, lo resolví -dijo mi amigo, sonriendo.
-Fue Adams, par supuesto.
-Si, era él.
-Estaba seguro desde el principio -se sentaron juntos al lado de la ventana-. Este es el lugar adecuado para el que desee estudiar la humanidad -dijo Myeroft-. ¡Mira que tipos tan magníficos! Mira esos dos hombres que vienen hacia acá., por ejemplo.
-¿El marcador de billar y el otro?
-Exacto. ¿Qué piensas del otro?
Los dos hombres se pararon enfrente de la ventana.
Unas manchas de tiza en el bolsillo del chaleco eran los únicos signos que percibí en uno de ellos que tuvieran algo que ver con los billares. El otro era un tipo pequeño, oscuro; llevaba el sombrero echado hacia atrás y varios paquetes debajo del brazo.
-Un soldado, por lo que veo -dijo Sherlock.
-Recién licenciado -observó el otro.
-Sirvió en la India, veo.
-Un oficia1 sin mando.
-Imagino que en la Artilleria Real-dijo Sherlock.
-Es viudo.
-Con un hijo.
-Hijos, hermano, hijos.
-¡venga ya! -dije yo, sonriendo-. Esto es demasiado.
-Ciertamente -contestó Holmes-, no es difícil saber que un hombre con ese porte, con esa expresión de autoridad y que esta tan quemado par el sol, es algo más que un soldado raso y que acaba de volver de la India.
-El que no hace mucho que ha abandonado el servicio nos lo indica el hecho de que todavía lleva las "bo­tas de munici6n"3, como se suele llamar al tipo de botas que él lleva puestas -observó  Mycroft.

-No camina como lo hacen los de caballería, pero solía llevar el sombrero a un lado de la cabeza según lo indica esa rayita de piel mas clara que tiene junto a la ceja. Por su peso sabemos que no puede ser un zapador4Esta en artillería5.
-Además, par supuesto, de su riguroso luto deducimos que ha perdido a alguien muy querido. El  hecho de que este haciendo él  mismo la compra parece indicar que pudiera ser su mujer. Ha comprado cosas para niños, como podrá observar. Lleva un sonajero, lo cual indica que uno de ellos es todavía muy pequeño. La mujer murió probablemente de parto. Del hecho de que lleve un cuaderno de dibujo bajo el brazo deducimos que tiene otro hijo en quien pensar.
Empece a entender lo que quería decir mi amigo cuando dijo que su hermano poseía facultades todavía mas profundas que las que él mismo tenia.

  1.  diletante. Aficionado.
2.  Pall Mall. Elegante calle de Londres.
3.  botas de munici6n. Botas militares.
4.  zapador. Militar perteneciente al arma de ingenieros.
s.  artilleria. Cuerpo militar que se ocupa de construir y conservar todas las armas de guerra.





 Los Crímenes De Londres      
            (A la manera de Arthur Conan Doyle)                             
                                Por Conrado Nalé Roxlo
La mañana del 16 de enero de 18…, Sherlock Holmes se sentó alegremente a tomar el desayuno. [...].
-¿Hay algo interesante en el diario?
-El diario viene tan estúpido como de costumbre, pero algo me anuncia… -dejó la frase en suspenso y se precipitó a una ventana. Observó un instante la calle y luego me llamó:
-¿Qué ve usted, Watson?
-Niebla y un policeman que se pasea tranquilo como si todos los delincuentes de Londres hubieran sido ahorcados ayer.
-Watson, es usted un legañoso incapaz de ver nada que valga la pena. ¿No ve usted aquel hombre, que parece ocultar algo bajo el impermeable amarillo?
-¿Ese que cruza la calle y parece venir hacia esta casa?
-El mismo. Y ahora escúcheme bien, amigo Watson; ese hombre no trae nada bueno.
-Me parece cara conocida…
-Habrá visto usted su prontuario. Esperemos.
El hombre misterioso entró en el portal de nuestra casa y a poco volvió a salir; se acercó a la puerta de una casa de enfrente, penetró en el portal y a los pocos instantes lo vimos reaparecer y doblar en la esquina.
-Voy a darle alcance-dijo mi maestro […]. Desde la ventana lo vi doblar la misma esquina que el misterio desconocido del impermeable amarillo. Presa de gran inquietud, me puse a hacer un solitario para calmar mis nervios mientras esperaba el regreso del gran detective. Una hora después estaba ante mí, pero tan cubierto de barro, que tardé mucho en reconocerlo. Se cambió de ropa, sin decir palabra luego tomó su violín y ejecutó una tarantela, señal de que estaba muy preocupado. Yo guardaba un respetuoso silencio. Por fin dejó el instrumento en el paragüero y me dijo:
-Watson, ese hombre se me ha escapado.
-Lo sospechaba.
-Veo con placer, Watson, que su inteligencia se despierta.
Aquellas palabras en su boca me llenaron de satisfacción, pues era siempre muy parco en los elogios. Animado por su aprobación, me atreví a preguntarle:
-¿El barro de que venía cubierto?...
-Es el barro de Londres. Alguien puso en mi camino esto, resbalé y caí. ¿Sabe lo que es esto, Watson?
-Una cáscara de banana.
-Ahora  siga usted mi razonamiento. En la casa de enfrente a la que penetró como a la nuestra el siniestro personaje del impermeable amarillo, vive Lord Brandy, cuyo padre fue casado en primeras nupcias con Manolita Gutiérrez, noble dama española, cuyo abuelo vivió largos años en la isla de Cuba. Ahora bien, la banana es una fruta que abunda en la isla de Cuba. ¿Ve usted la relación que existe entre los dos hechos?
Quedé un momento abismado en la admiración que me producía su claridad mental, y luego exclamé:
-¡Ah!...
-Ahora, dígame, Watson. ¿Qué le parece la actitud de ese policeman,ante cuyos ojos ocurren hechos criminales como el que nos ocupa y permanece indiferente?          ¿No cree usted que el misterioso desconocido del impermeable amarillo debe tener cómplices poderosos, tal vez dentro del mismo Scotland Yard?
-Ese asunto se complica, pero si el hombre fuera inocente…
-¿Cree usted que me habría lanzado sobre su pista?   No, Watson, ese desconocido no ha podido traer nada bueno. Llame usted a nuestra patrona.
Pocos instantes después entraba nuestra fiel hospedera secándose las manos. […].
-Señora, se trata de un asunto muy grave, están en juego la vida, el dinero y el honor de muchas personas, y por eso le ruego que haga memoria: ¿Vio usted hace aproximadamente dos horas a un hombre misterioso, que oculto por un impermeable amarillo penetró sigilosamente en el portal de esta casa?
-Sí, señor Holmes.
-¿Y no notó usted nada extraño en su actitud?
-No, señor Holmes, era el de siempre.
-¿Le ha visto usted otras veces?
-Hace un año lo veo todos los días.
Holmes dio un salto en la silla y fijó sus ojos de milano en los mansos ojos de la mujer que, como hipnotizada, agregó:
-Es el lechero, hace un año que deja todos los días su botella de leche.                          
Estuve a punto de soltar una carcajada, pero la expresión grave del rostro de Holmes me contuvo.
-Traiga usted esa leche-ordenó. Cuando se la trajeron, se encerró en su laboratorio, y no salió hasta bien entrada la noche. Yo comí solo, hondamente preocupado por aquel asunto, que era uno de los más extraños casos que se nos habían presentado en los cinco últimos años.
Holmes me invitó a ir al teatro y durante toda la función estuvo alegre como un escolar. Cuando regresamos a casa me dijo:
-Watson, ¿Qué le dije yo cuando vimos por primera vez al misterioso personaje del piloto amarillo?
-Que ese hombre no podía traer nada bueno.
-Y así es, querido Watson, he analizado la leche y contiene un treinta y cinco por ciento de agua y un quince por ciento de cal. ¿Tenía o no razón?
Una vez más tuve que inclinarme ante el genio de Sherlock Holmes.

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 *Estos dos últimos enlaces son de "Emma Zunz" de Borges y "En defensa propia" de Rodolfo Walsh.