Alumnos: este es el texto que leí en clases y al que deben aplicar en análisis las actividades que se indicaron. Recuerden presentarlo en el próximo encuentro de clases o entregarlo a Patricia, nuestra preceptora
Derrotero de
compras
Claudio
Álvarez
Ir a comprar al
supermercado en estos tiempos de vacas flacas se ha convertido para mí en una
de las experiencias cotidianas más insalubres, y encima extremadamente densa
con relación a cuestiones que van más allá del alza de precios o productos
desaparecidos misteriosamente.
Por un lado, si uno se detuviera en la imagen que damos
cuando pasamos por las góndolas, notaríamos que hacemos más “pasillo” que
compras. Porque pensamos detenidamente cada artículo que vamos a comprar y
meter en el carrito, que ahora se llena rápidamente pero no porque sean muchos
los productos que compramos, sino porque vienen más chicos también. Como para
que uno piense al cabo de un rato: ¡Uh, mirá… Llenamos un carro!
Entre tantos aspectos que hacen al
fatídico momento de ir de compras al “super”, uno que siempre me generó rechazo
se produce cuando, poco después de haberme sacado el viento de encima y entrar
al local silbando bajito, escucho a todo volumen una canción melódica en la que
el cantante se descose la garganta por algún amor imposible.
“Estamos en el horno”, es lo que pienso
automáticamente, pero encima luego intento descifrar: “¿Quién será? ¿Franco De
Vita? ¿Marco Antonio Solís? ¿Carlos Mata?”. Por supuesto que si no es uno de
ellos pega en el palo.
Una vez identificado el timbre de voz me
quedo más tranquilo, porque mi cerebro tiene como un sensor de reconocimiento
de voces melódicas que funciona bastante bien: cuando escucha algo que
decididamente no le gusta, emite una frecuencia que –traducida- estaría diciéndome:
“No te calentés, pusieron los grandes éxitos de Marco Antonio Solis. Así que
tenemos como para dos horas. Tratá de ser breve y vamos”. Y automáticamente la
bronca se va disipando. Pero es entonces cuando viene la otra parte de la
misión: hurgar en las góndolas para ver si puedo rescatar de entre los
artículos de primera necesidad algo que valga la pena y a buen precio. Pero
como los precios a veces no están, están cambiados o no convencen a nadie,
lógicamente me enojo de nuevo. Y cuando eso ocurre, escucho de fondo a Marco
Antonio Solis, tras lo cual, el sensor emite su frecuencia y automáticamente
los decibeles bajan a cero.
Entonces, paso de góndola. Pero ocurre
que cuando estoy en la de al lado, me quedo pensando cómo resuelvo lo de la anterior.
Y de nuevo me caliento, suspiro, respiro hondo, y otra vez Marquitos que suena.
Pero esta vez sigo presuroso mi derrotero.
De esta manera, tras varios minutos, la tarea va
convirtiéndose en un asunto muy insalubre, aunque puedo llevarlo a cabo sin que
me sobre nada. Quedo exhausto, con pocas ganas de hacerme mala sangre por
cuánto pudo haber sido el costo de la compra, que, al final de cuentas, la
mayoría de las veces uno dice: “Pensaba que me iba a salir más caro”. Y debe
ser porque uno está preparado para lo peor, y con ese efecto juegan los
hacedores de precios: “Total, para la gente siempre pudo haber sido peor”.
No voy a decir que estaría bueno que
coloquen temas de The Cure, Strokes, Los Redondos, Manal o Riff, por dar
algunos nombres. En definitiva, a esta altura de mi vida, me conformaría
solamente que los precios sean razonables, ni más ni menos. Y si no son
razonables los precios, que por lo menos lo sean los sueldos. ¿No le parece?
Es decir, si voy a tener que escuchar
frecuentemente a Marco Antonio Solis en un supermercado, háganme el favor de
permitirme llevar el kilo de yerba a cuatro pesos.
Ahí capaz que hacemos trato.
He dicho.
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