miércoles, 29 de junio de 2016

Texto para el análisis

Alumnos: este es el texto que leí en clases y al que deben aplicar en análisis las actividades que se indicaron. Recuerden presentarlo en el próximo encuentro de clases o entregarlo a Patricia, nuestra preceptora

Derrotero de compras
Claudio Álvarez

Ir a comprar al supermercado en estos tiempos de vacas flacas se ha convertido para mí en una de las experiencias cotidianas más insalubres, y encima extremadamente densa con relación a cuestiones que van más allá del alza de precios o productos desaparecidos misteriosamente.
 Por un lado, si uno se detuviera en la imagen que damos cuando pasamos por las góndolas, notaríamos que hacemos más “pasillo” que compras. Porque pensamos detenidamente cada artículo que vamos a comprar y meter en el carrito, que ahora se llena rápidamente pero no porque sean muchos los productos que compramos, sino porque vienen más chicos también. Como para que uno piense al cabo de un rato: ¡Uh, mirá… Llenamos un carro!
       Entre tantos aspectos que hacen al fatídico momento de ir de compras al “super”, uno que siempre me generó rechazo se produce cuando, poco después de haberme sacado el viento de encima y entrar al local silbando bajito, escucho a todo volumen una canción melódica en la que el cantante se descose la garganta por algún amor imposible.
      “Estamos en el horno”, es lo que pienso automáticamente, pero encima luego intento descifrar: “¿Quién será? ¿Franco De Vita? ¿Marco Antonio Solís? ¿Carlos Mata?”. Por supuesto que si no es uno de ellos pega en el palo.
       Una vez identificado el timbre de voz me quedo más tranquilo, porque mi cerebro tiene como un sensor de reconocimiento de voces melódicas que funciona bastante bien: cuando escucha algo que decididamente no le gusta, emite una frecuencia que –traducida- estaría diciéndome: “No te calentés, pusieron los grandes éxitos de Marco Antonio Solis. Así que tenemos como para dos horas. Tratá de ser breve y vamos”. Y automáticamente la bronca se va disipando. Pero es entonces cuando viene la otra parte de la misión: hurgar en las góndolas para ver si puedo rescatar de entre los artículos de primera necesidad algo que valga la pena y a buen precio. Pero como los precios a veces no están, están cambiados o no convencen a nadie, lógicamente me enojo de nuevo. Y cuando eso ocurre, escucho de fondo a Marco Antonio Solis, tras lo cual, el sensor emite su frecuencia y automáticamente los decibeles bajan a cero.
        Entonces, paso de góndola. Pero ocurre que cuando estoy en la de al lado, me quedo pensando cómo resuelvo lo de la anterior. Y de nuevo me caliento, suspiro, respiro hondo, y otra vez Marquitos que suena. Pero esta vez sigo presuroso mi derrotero.
De esta manera, tras varios minutos, la tarea va convirtiéndose en un asunto muy insalubre, aunque puedo llevarlo a cabo sin que me sobre nada. Quedo exhausto, con pocas ganas de hacerme mala sangre por cuánto pudo haber sido el costo de la compra, que, al final de cuentas, la mayoría de las veces uno dice: “Pensaba que me iba a salir más caro”. Y debe ser porque uno está preparado para lo peor, y con ese efecto juegan los hacedores de precios: “Total, para la gente siempre pudo haber sido peor”.
       No voy a decir que estaría bueno que coloquen temas de The Cure, Strokes, Los Redondos, Manal o Riff, por dar algunos nombres. En definitiva, a esta altura de mi vida, me conformaría solamente que los precios sean razonables, ni más ni menos. Y si no son razonables los precios, que por lo menos lo sean los sueldos. ¿No le parece?
        Es decir, si voy a tener que escuchar frecuentemente a Marco Antonio Solis en un supermercado, háganme el favor de permitirme llevar el kilo de yerba a cuatro pesos.
Ahí capaz que hacemos trato.
He dicho.


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