lunes, 25 de mayo de 2015

Textos para argumentación básica...

Alumnos: estos son algunos textos que podemos considerar para practicar un análisis básico de esta tipología textual....
Actividades.  Lectura - Identificación de las partes que componen la organización textual - Reconocimiento de la tesis (implícita o explícita) - Identificación de los recursos....Conclusión . 

La noche triste de Tinelli           - Diario Perfil 17/05/2015
Por Beatriz Sarlo | Los tres presidenciables invitados dieron cierta pena en el principal show televisivo del país. El pobre rol asignado a sus mujeres.
El programa de Tinelli es producto de dos factores combinados: por un lado, la estética y la ideología de la televisión más mercado céntrica de la Argentina (el rating es nuestro dios y nuestro rey); por el otro, tres candidatos a presidente que decidieron ser parte de las mercancías ofertadas en esa vidriera.
El negocio de Tinelli es clarísimo.Tiene un guiño del kirchnerismo para comenzar su programa con una parodia de las cadenas nacionales de Cristina. Tal permiso sobreentendido lo pagó con sus declaraciones a PERFIL de que ella es una gran mujer y una muy buena presidenta, palabras que, a su vez, retribuyen lo acordado con el Hijo Máximo sobre la AFA y otras candentes cuestiones del deporte para todos y todas.
Tinelli es tan importante como para sentarse en la mesa del poder. Será un Cristóbal López de los años que vienen; un adivino de los meganegocios quizá prevea que el conflicto con el canal de la “corpo” pueda entrar en período de negociación. Cristina aprendió que “Alica alicate” le dio el triunfo a De Narváez en 2009.
Pero la cuestión no es el chancho sino quien le da de comer. Es decir, quienes se convierten en alimento de la insomne máquina tinelliana. Scioli, Macri y Massa aceptaron inaugurar el “Bailando 2015”. Ellos creyeron, probablemente con la cínica verdad de los hechos inevitables, que abrazarse con Tinelli y obtener treinta puntos de rating era una oportunidad que no debía perderse. Sobre todo, no podían permitir que estuviera allí alguno de sus competidores mientras uno u otro se quedaba en su casa como un marmota. Significaba dar demasiada ventaja a quienes barrieran el piso del estudio con la gracia de sus esposas.
La alternativa era que se pactara que ninguno iría a lo de Tinelli. Pero ese pacto era peligroso, porque a último momento alguno de los firmantes podía traicionar y aparecer en el programa. Era peligroso también porque abría la posibilidad de una venganza del conductor (sea la que fuera). Por otra parte, ni Scioli, ni Macri ni Massa son peces nuevos en el estanque de la telepolítica, es decir que no cambiaron de atmósfera.
Fieles a sí mismos. Los candidatos tuvieron intervenciones diferentes. Scioli fue idéntico a sí mismo. Macri entonó un himno a la felicidad, dando una prueba más de que es flojo de oratoria y repetitivo cuando quiere interpelar la imaginación. Massa, quizás ansioso por cómo le está yendo en el FR, fue quien más forzó el espectáculo hacia el lado político.
Lo más triste que ofrecieron los candidatos fueron sus propias mujeres, que estaban en el lugar tradicional y reaccionario: simpáticas sonrisas iluminando la banalidad. Respondieron como si estuvieran tomando un trago con sus amigas y así nos enteramos de que Macri sigue diciéndole a Awada “negrita hechicera”, como lo tuiteó hasta el cansancio cuando se casaron; que ni Scioli ni Massa son muy románticos, e informaron sobre la cota de fogosidad entre las virtudes matrimoniales de cada uno. Quien más perdió fue Malena Galmarini, la mujer de Massa, que gusten o no sus posiciones, puede hablar de política y no sólo hacer revelaciones dignas de un programa de la tarde. La que más conservó su estilo fue Karina Rabolini, porque habló y “confesó” menos. En fin, sus maridos las colgaron de la ganchera de la carnicería.
Que los candidatos hayan bailado y se hayan zarandeado no es sino un capítulo más del apogeo de la danza al que también contribuye la Presidenta. También habrían estado cómodos en los vetustos programas de Roberto Galán. Todo sea por el poder y la gloria.
No es esperable un debate profundo entre estos tres sujetos de la política. Ya los hemos escuchado: prefieren el monólogo a la polémica. Ni Scioli ni Macri son oradores normalmente dotados; por reiteración mediática, nos hemos acostumbrado a sus respectivas albóndigas de lugares comunes. Y Massa compite mal con quienes le van a tirar a la cara los “logros” de sus gestiones o su pasado kirchnerista.
Los tres eligieron mostrarse por separado, como ya es un formato que el periodismo político volvió costumbre: nadie dialoga con nadie, cada uno emite su monólogo en solitario, como si fueran prisioneros en la torre de sus respectivas campañas o en la mesa que ocupan dentro de la escenografía de un canal de noticias. Van a tener que trabajar a destajo los productores de televisión que desean un debate presidencial. Los políticos argentinos hablan mucho de diálogo, pero sentarse a compartir el plano les parece cosa del diablo. Por otra parte, como observó Margarita Stolbizer, la concentración en esas tres figuras inclina la mesa hacia el lado de los grandes jugadores.
La noche del lunes fue triste, y me atrevería a decir que no tiene mucha competencia por el podio de la degradación política.
 Superclásico - QEPD -
El fútbol argentino ya estaba muerto. El jueves en la Bombonera apenas le pusieron la lápida.
Escribe Andrés Eliceche – Perfil 16/05/2015
Estaba muerto desde que los dirigentes de los clubes (ponga aquí el lector el nombre que quiera: Boca, River, Almirante Brown, da igual) se aliaron con los delincuentes. Les pareció fenómeno valerse de ellos para ganar elecciones primero, vigilar en la tribuna a los que cantaban en contra después, cederles entradas para reventa más tarde y hasta darles licencia para matar, si era necesario. Y abandonar a los socios, resignados a pagar caro (los que podían) un espectáculo que no les daba siquiera un baño decente para hacer pis.
Estaba muerto desde que Julio Grondona empezó a aplicar una sola ley para todo lo que pasaba: la del todo pasa. Y entonces, su táctica de prestar dinero y que los clubes le deban fue su plan perfecto hacia la perpetuidad. Y nos enfermamos de grondonitis: el que sacaba los pies del plato iba al rincón. Nadie se oponía. Y Grondona se rio siempre de los reglamentos, dejó que la violencia reinara en los estadios y evitó los castigos deportivos a los que hacían las cosas mal. Permitió que se desbarrancara absolutamente todo: más de doscientas cadáveres se amontonaron en las canchas en los 35 años que presidió la AFA.
Estaba muerto desde que el Estado se hizo cómplice de lo peor. Y las leyes creadas ad hoc no se aplicaron, y la policía creyó que maltratar al espectador era genial, y los gobernantes aparecieron puntuales después de cada desastre para anunciar que todo iba a cambiar, aunque ni ellos mismos se creyeran la mentira. Y permitieron el desarrollo meteórico de una nueva profesión, un reaseguro para hacerse millonarios unos y otros: la de los barrabravas. ¿De qué trabaja, señor? Yo soy comerciante. ¿Y usted, que anda en auto importado? Barrabrava.
Estaba muerto desde que los hinchas supuestamente civilizados se tomaron a pecho eso de que a la cancha iban “a sacarse la bronca de la semana”. Y los cantos se orientaron hacia lo lindo que sería matar al otro, y qué bueno que el alambrado esté cerca así me arrimo y escupo al rival, y festejo más la entrada de los barras a la tribuna que la de mi equipo a la cancha, y puteo sin parar de principio a fin, y qué tontos los que no hacen lo mismo. La estupidez se contagia más rápido que la inteligencia.
Estaba muerto desde que la hombría bien entendida dejó de ser un valor entre los futbolistas. Hace medio siglo, y menos también, estaba mal visto el jugador que no se paraba rápido después de un foul. Hoy esa ecuación se invirtió. Y el vigilantismo cunde: todos corren hacia el árbitro a pedir tarjeta, penal, córner, off-side, lo que sea. Y la solidaridad entre ellos se fue al descenso; las patéticas actitudes de Orion y compañía en el clásico son apenas un ejemplo. El último, pero ni siquiera el más importante. Probablemente hubiese pasado lo mismo al revés.
Estaba muerto desde que los periodistas no supimos, no quisimos, o las dos cosas juntas, entender nuestro deber. Permitimos que nos estigmatizaran como “periodistas deportivos” porque nos costó sacarnos los botines y analizar los fenómenos que atravesaban la materia desde una mirada integral. Como esos malos comentaristas de partidos, nos perdimos detrás de la pelota. Veíamos solo la anécdota del gol, nos creímos que estaba bien discutir a los gritos si tenía que jugar tal o cual. No cuestionamos, no interpelamos, no preguntamos. No ayudamos en nada a bajar la histeria que se apoderó enteramente de eso que decimos amar tanto.
El jueves en la Bombonera apenas le pusieron la lápida. Pero el fútbol argentino ya estaba muerto.
(*) Sub Editor de Deportes – Diario PERFIL
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario PERFIL

 Por qué los libros prolongan la vida.
No hace mucho me entretenía imaginándome a aquellos progenitores nuestros que hablaban de sus esclavos adiestrados en trazar caracteres cuneiformes como si fueran modernos computers. Me entretenía pero no bromeaba. Cuando hoy leemos artículos preocupados por el porvenir de la inteligencia humana frente a nuevas máquinas que se aprestan a sustituir nuestra memoria, advertimos un aire de familia. […]
La misma reacción de terror debe de haber sentido quien vio por primera vez una rueda. Habrá pensado que nos olvidaríamos de caminar. Acaso los hombres de aquel tiempo estaban más dotados que nosotros para realizar maratones en los desiertos y en las estepas, pero morían antes y hoy serían dados de baja en el primer distrito militar. Con esto no quiero decir que, por esa razón, no nos debamos preocupar de nada y que tendremos una bella y sana humanidad habituada a merendar sobre la hierba de Chernobyl; si acaso, la escritura nos ha hecho más hábiles para comprender cuándo debemos detenernos, y quien no sabe detenerse es analfabeto, aunque vaya en cuatro ruedas. […]
¿Qué hemos ganado? ¿Qué ha ganado el hombre con la invención de la escritura, la imprenta, las memorias electrónicas?
En una ocasión, Valentino Bompiani hizo circular una frase: “Un hombre que lee vale por dos”. Dicha por un editor, podría ser entendida solamente como un eslogan feliz, pero pienso que significa que la escritura (en general, el lenguaje) prolonga la vida. Desde los tiempos en que la especie comenzaba a emitir sus primeros sonidos significativos, las familias y las tribus necesitaron de los viejos.
Quizá primero no servían y eran desechados cuando ya no eran eficaces para la caza. Pero con el lenguaje, los viejos se han convertido en la memoria de la especie: se sentaban en la caverna, alrededor del fuego y contaban lo que había sucedido (o se decía que había sucedido, ésta es la función de los mitos) antes de que los jóvenes hubieran nacido. Antes de que se comenzara a cultivar esta memoria social, el hombre nacía sin experiencia, no tenia tiempo para forjársela y moría. Después un joven de veinte años era como si hubiese vivido cinco mil. Los hechos ocurridos antes de que él naciera, y lo que habían aprendido los ancianos, pasaban a formar parte de su memoria.
Hoy los libros son nuestros viejos. No nos damos cuenta, pero nuestra riqueza respecto del analfabeto (o del que, alfabeto, no lee) consiste en que él está viviendo y vivirá sólo su vida y nosotros hemos vivido muchísimas. […]
Esto podría dar a alguien la impresión de que, no bien nacemos, ya somos insoportablemente ancianos. Pero es más decrépito el analfabeto (de origen o de retorno) que padece de arteriosclerosis desde niño, y no recuerda (porque no sabe) qué ocurrió en los idus de marzo (*)Naturalmente, también podríamos recordar mentiras, pero leer ayuda también a discriminar. No conociendo las culpas de los demás, el analfabeto ni siquiera conoce los propios derechos.
El libro es un seguro de vida, una pequeña anticipación de inmortalidad. Hacia atrás (¡ay!) más que hacia adelante. Pero no se puede tener todo y al instante.
Humberto Eco. La Nación, 1997 (fragmento)
(*) Idus: En el antiguo calendario romano, día que corresponde al 13 de nuestro calendario, excepto en los meses de marzo, mayo, julio y octubre, en que corresponde al 15. Julio César, el emperador romano, fue asesinado en los idus de marzo.

Enfermos Por Javier Calvo – Edición impresa de Perfil 18/05/2015
Ahora haremos como que nos ponemos serios. Que nos indignamos. Que nos da vergüenza. Que nos escandalizamos. Que pedimos perdón. Que nos hacemos responsables. Con honestidad o con impostura, esa reacción apenas funcionará como una excusa políticamente correcta para que nada cambie. Y expiar así lo enfermos que estamos.
Acá no hay grieta que valga. La trampa y el salvajismo nos atraviesan horizontal y verticalmente, más allá de ideologías, de intereses políticos y económicos, de diferencias sociales y educativas, de colores futbolísticos.
Lo que ocurrió en Boca es una metáfora argentina. Delincuentes con licencia para moverse con impunidad, llamados barrabravas. Dirigentes venales que los prohijan y los usan. Hinchas violentos y descontrolados. Fuerzas de seguridad ineficientes, complacientes o sospechadas. Funcionarios irresponsables. Jugadores poco solidarios. Periodistas interesados.
Ninguno viene/venimos de Marte. Son/somos expresión de una sociedad cada vez más hipócrita, desvergonzada, tramposa, enferma. Y los males sociales endémicos no tienen antídotos milagrosos. Lo que es peor aún y más frustrante: no tienen cura y sólo pueden agravarse.
 ¿Y cuál es tu ética?
Por Sergio Sinay para La Nación – 17/05/2015
A menudo  nos quejamos de cómo vivimos. La velocidad, la falta de tiempo, la ansiedad, las presiones, la urgencia, en fin, la lista de motivos es larga e incluso puede ser personalizada. Podríamos detener la noria de la queja con una pregunta: ¿cómo deberíamos vivir? Aunque no lo parezca, tras la pregunta asoma la moral. Porque la moral trata de eso, de cómo deberíamos vivir. Claro que va más allá de las simples costumbres cotidianas y de los hábitos, aunque los incluye a ambos. Alude a valores. Y los valores no son sino reglas que hemos aceptado, tácitamente y a través de la educación formal y familiar, para convivir. Sin ellos acaso la humanidad hubiera tenido una historia muy corta. Si nos matamos por cualquier cosa, la vida no vale nada, entonces convertimos la vida en valor a respetar. Si todos mentimos, no hay verdad que resista, de manera que la convertimos en un valor a honrar. Si todos robamos, nadie tendrá nada, así que hacemos de la honestidad un valor. Y así con la larga lista de valores en la que coincidimos.
Decía Glauco, personaje de la República, uno de los extraordinarios diálogos con los que Platón contribuyó a cimentar el pensamiento occidental, que, en definitiva, actuamos moralmente porque nos conviene y no porque la moralidad venga en nosotros. Esto es un tema de vasta y larga discusión en la que participan y han participado otros grandes, como Immanuel Kant, quien veía en la moral casi una consecuencia obligatoria de la razón. Si somos humanos y aplicamos la razón, atributo que nos eleva por sobre otras especies, deberíamos actuar moral y libremente. No hay árbitro afuera de nosotros, decía. Cada quien debe actuar como quisiera que todos lo hagan y sólo robar, matar o mentir si está dispuesto a que eso se convierta en ley universal. No es una cuestión de sentimientos, sino de razón, afirmaba el filósofo alemán. Y nadie puede decir que no entiende esto. Quien sigue los dictados de la razón y actúa de un modo moral no debe esperar recompensa, añadía el autor de Crítica de la razón práctica, porque el premio de una acción moral está en la misma acción. En esa línea toda persona debe ser tratada como un fin en sí mismo y no como un medio. En síntesis, elegimos ser morales.
Hasta aquí la moral. ¿Y la ética? ¿Son sinónimos? Hay quienes dicen que sí y quienes las diferencian. Así como la moral dice qué debemos hacer, la ética vendría a dar cuenta de qué elegimos hacer. Y está bastante claro a la luz de nuestras experiencias cotidianas que no siempre y no todos hacen lo que se debe, sino lo que conviene. Es decir que las prioridades personales en materia de conducta con frecuencia suelen dejar de lado la moral. Por esta razón no alcanza con invocar una ética para certificar que un acto, una conducta o una actitud son morales. De hecho hay éticas diferentes. Los delincuentes tienen la propia (en ella robar está bien visto), los futbolistas la suya (un codazo en el ojo a un adversario o la simulación de una falta dan patente de vivo), igual en la política (donde hay quienes dicen que sin platita no se puede militar), etcétera. Esto por nombrar sólo algunas de las muchas éticas (se les suele llamar códigos) en las que se elige al margen de lo que se debe. Luego, por supuesto, podrían enumerarse otras visiones éticas que se guían por los valores morales que, como tales, van más allá de los tiempos y las geografías.
Si se observa con atención, se verá que muchas veces las quejas acerca de los ritmos y los modos de la vida que llevamos tienen relación con las grietas que se abren entre ética y moral. Y que nadie puede contribuir a cerrar si no es cada uno con sus actos, sus elecciones, sus decisiones y sus conductas. La puerta de la moral se abre desde adentro.


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